En una dramática medida de última hora, el gobierno estadounidense evitó un cierre potencialmente catastrófico. Tanto la Cámara como el Senado llegaron a un consenso de último minuto sobre un acuerdo de financiación a corto plazo, asegurando su aprobación pocos minutos antes de la crítica fecha límite de medianoche del sábado. De un plumazo, el presidente Joe Biden transformó este acuerdo en ley, asegurando el funcionamiento ininterrumpido del gobierno hasta el 17 de noviembre.
Sin embargo, en medio de este suspiro de alivio, un espectro acechante sigue sin abordarse: el ominoso techo de la deuda. Este umbral financiero dicta cuánto puede pedir prestado el gobierno para cumplir con sus obligaciones financieras. En agosto, Estados Unidos alcanzó su actual techo de deuda de la asombrosa cifra de 28,4 billones de dólares. Desde entonces, el Departamento del Tesoro ha empleado extraordinarias acrobacias financieras para hacer malabarismos con su flujo de efectivo, evitando el temido espectro del incumplimiento. Sin embargo, se prevé que esta gimnasia fiscal agote su magia a mediados de octubre o principios de noviembre, advierte la secretaria del Tesoro, Janet Yellen. Si el Congreso no actúa antes de esta coyuntura fatídica, las consecuencias podrían ser sísmicas y sacudir los cimientos mismos de la economía estadounidense y del sistema financiero mundial.
El atolladero del techo de la deuda es un caldo de cultivo para la tensión política. Los demócratas y los republicanos se encuentran atrapados en una batalla campal, y cada uno de ellos aplica estrategias marcadamente contrastantes para abordarla. Los demócratas pretenden agrupar el aumento o la suspensión del techo de la deuda dentro de un proyecto de ley de gasto integral, diseñado para financiar al gobierno hasta diciembre. Esta legislación también sirve como vehículo para promover la ambiciosa agenda del presidente Biden que abarca programas sociales y de infraestructura. Los republicanos, sin embargo, se oponen vehementemente a este enfoque. Insisten en que los demócratas empleen un proceso conocido como reconciliación, utilizando sus propios votos para elevar o suspender el techo de la deuda, una táctica que evita la resistencia republicana. Los demócratas responden que esta responsabilidad trasciende las líneas partidistas y depende de las decisiones fiscales colectivas tomadas por ambas partes en el pasado.
La sombra de incertidumbre proyectada por el enigma del techo de la deuda se extiende por todas partes, con implicaciones para el dólar estadounidense. Como principal moneda de reserva del mundo y campeón de peso pesado en el ámbito cambiario, el destino del dólar es una cuestión de suma importancia. Su valor aumenta y disminuye en respuesta a una compleja interacción de factores, que abarcan el desempeño económico de la nación, la política monetaria, la estabilidad política, el sentimiento de riesgo global y la dinámica predominante del mercado.
Una posible cesación de pagos podría significar la muerte de la fe en la solvencia del gobierno estadounidense y su capacidad para cumplir con sus obligaciones. Los efectos en cadena podrían ser profundos: aumento de las tasas de interés, caída de los precios de las acciones, un éxodo masivo de activos estadounidenses, perturbaciones devastadoras en los sistemas de pago, una contracción de la actividad económica y una crisis financiera que amenaza con rivalizar o superar los eventos sísmicos de 2008. Además, tal incumplimiento podría afectar gravemente la posición del dólar como moneda de refugio seguro, erosionando potencialmente su atractivo entre los inversores que buscan seguridad por encima de todo.
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François du Plessis
Analista de mercado
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